Era un hombre joven, de unos 33 o 34 años. Viajaba en Metro, al parecer de vuelta a su casa. Llevaba unas bolsas de supermercado, un abrigo, un bolso con algunos libros, y su pequeño hijo en brazos.
Entre todos los vaivenes del vagón, el hombre parecía arreglársela bien con tanta cosa, y se sonreía. Creía tener todo bajo control: las bolsas en orden, el abrigo bajo el brazo, el bolso en su lugar. Sin embargo, algo se le escapaba de las manos: su hijo no dejaba de tirarle el pelo a la señora de al lado.
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